Sigo en el supermercado, hablo con el señor de las frutas, apenas responde a mi pregunta, y me interviene con una afirmación: "Eres venezolano..", le confirmo con una subida de cejas, me dispara una sonrisa e inicia un monólogo de Venezuela, de Caracas, de sus calles, que su familia vivió allí como tantos Canarios que emigraron en la década de los 50 y 60. Me habla de las cachapas, de la Guaira y de un juego de Caracas-Magallanes . Me trata con cercanía, con amabilidad, pero hay un dejo de tristeza cuando describe la Venezuela que aparece en la Televisión de hoy.
Es imposible ser venezolano en el extranjero y pasar desapercibido. Pareciera que tuviéramos un letrero en el pecho que la gente lee e identifica velozmente, al menos esa es mi percepción en esta parte del Planeta. Nos reconocen por nuestra alegría, por la forma de saludar. Todos creen conocer el país, todos opinan y se acercan con gentileza y cierto dolor en el saludo. Nos admiran por nuestra preparación y por nuestra alegría de vivir. Nadie es indiferente al tema de Venezuela (insisto, en estas latitudes). A veces, me recuerda esa aproximación de las personas a los dolientes en un velorio, es una mezcla de respeto, solidaridad y lástima. Sí, dije lástima...
Y me sigo consiguiendo coterráneos a diario, buscando la vida en nuevos trabajos, dejando historias de trayectorías profesionales y sueños de carreras que el mundo de los papeles y burocracia ha sepultado. Cada uno cuenta una historia personal donde hay separación y duelo, porque nadie ha cruzado el Atlántico por gusto, ni por moda. Nadie deja a su familia por placer...ni a su país sin dolor. Cada quien conoce su propia leyenda y construye su propia historia...No juzgues lo que no conoces, porque no conoces nada.